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sábado, 15 de agosto de 2015

Aromas



Philippe Claudel se ha convertido, poco a poco, en uno de mis autores preferidos, y eso que soy bastante crítica y escéptica con la mayoría de los escritores contemporáneos, en los que no consigo ver la grandeza de muchos de sus predecesores.

No me ocurre lo mismo con Claudel, cuya prosa y obra me fascina cada día más. Es cierto que con Almas grises, y después de leer otras dos obras suyas, creí que había escrito su mejor libro. Y posiblemente así sea. Pero por poco, lo que me ha devuelto la ilusión y la esperanza de que tarde o temprano escriba una novela aún mejor si cabe que la primera. Eso es una de las muchas cosas que me ha dado Aromas.

Relato autobiográfico que no tenía intención de serlo según el mismo Claudel, sus breves 63 capítulos, que de alguna manera nos devuelve al maravilloso y mágico género del cuento, nos adentra en el profundo mundo de los recuerdos del autor. Guiado por los olores de su infancia y adolescencia principalmente, nos pasea por diferentes momentos de su vida, fotografías casi del pasado, que lleva al propio lector a revivir momentos de su existencia como en flashes, a veces de una intensidad profundamente conmovedora.

De esta forma, Philippe Claudel presenta capítulo a capítulo, ordenados por orden alfabético y lejos del estrictamente cronológico, una autobiografía de raíces enormemente literarias, poéticas, simbólicas, de una belleza prosística inmensa que irremediablemente enlaza con la turba de emociones que provoca. 

Las palabras se convierten en vehículo perfecto para las imágenes y los colores, así como para los sentimientos, en perfecta simbiosis con los olores, o con la falta de ellos. Porque si en "Aftershave" el padre de Claudel "[...] Elimina la barba nocturna, cana o grisácea, ceniza que se había depositado sobre su rostro mientras dormía para envejecerlo y robármelo [...] Tras agitar el frasco, mi padre vierte unos chorritos de ese líquido verde en la despilfarradora palma de su mano izquierda [...] De pronto, nos envuelve un agresivo aroma a mentol y cítricos, todavía más intenso debido a la presencia del alcohol, que flota en el aire y nos irrita la nariz. Pero se evapora. Sólo queda un olor que recuerda al toronjil y el limón, a la menta del jardín, que a veces me gusta mascar, hoja esmeralda e infusión clara, a quina y a pimienta también"; en "La casa de la infancia", en cambio, "[...] La casa lleva más de dos años deshabitada. Desde la muerta de mi padre [...] El mismo frío avergonzado inunda todas las habitaciones, y por mucho que olfateo, me sueno varias veces para despejarme la nariz y cierro los ojos, no percibo ningún olor, ningún aroma. Nada. La casa ya no huele a nada. Mi padre se marchó llevándose consigo las que fueron las señas de identidad de este hogar. Murió, y con él el olor de la casa". Así, el aroma y su ausencia condensan más significado que una novela entera.

Porque el encuentro con la identidad propia a través de la magistral asociación entre los recuerdos, los sentidos y la prosa es estremecedora, impactante incluso, en cualquier caso extremadamente vital.

Al final del primer capítulo de Por la parte de Swann, primer libro de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, éste escribe "Un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso tomar, contra mi costumbre, un poco de té. Dije que no primero, pero luego, no sé por qué, cambié de opinión. Mandó a comprar uno de esos bollos pequeños y rollizos que se llaman magdalenas, y que parecen haber sido moldeados en las valvas con ranuras de una concha de Santiago. Pronto, maquinalmente, agobiado por el día triste y la perspectiva de otro igual, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había dejado reblandecer un trozo de magdalena. Pero, en el instante mismo que el trago de té y migajas de bollo llegaban a mi paladar, me estremecí, dándome cuenta de que pasaba algo extraordinario. Me había invadido un placer delicioso, aislado, sin saber por qué, que me volvía indiferente a vicisitudes de la vida, a sus desastres inofensivos, a su brevedad ilusoria, de la misma manera que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; o, más bien, esta esencia no estaba en mí sino que era yo mismo. Y no me sentía mediocre, limitado, mortal. ¿De dónde podía haberme venido esta poderosa alegría? Me daba cuenta de que estaba unida al gusto del té y del bollo, pero lo sobrepasaba infinitamente, no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Cómo apresarla? [...] Pero cuando después de la muerte de las personas, después de la destrucción de las cosas, nada subsiste de un pasado antiguo, sólo el olor y el sabor - más débiles pero más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles - perduran durante mucho tiempo aún, como almas, recordando, aguardando, esperanzados, sobre la ruina de todo lo demás, portando sin flaquear sobre su gotita casi impalpable el inmenso edificio del recuerdo".

Ya lo decía pues el gran maestro francés, dando pie así a su gran obra maestra. Y, como él, Philippe Claudel se ve arrastrado por el recuerdo que los aromas le traen como olas gigantescas de ternura, imágenes, emociones y recuerdos de las que no se puede ni quiere librar y por las que se deja arrastrar sin grandes dramas ni aspavientos. 

Claudel termina con una cita de Giacomo Casanova, de Historia de mi vida, que reza: "Sé que existí, lo sé porque sentí. Por eso sé también que, cuando ya no sienta, habré dejado de existir", conjugando en perfecta unión la existencia y el sentir con las palabras y la prosa de esta preciosísima joya que es el viaje al que nos invita unirnos el autor en Aromas.


Autor: Philippe Claudel
Título original: Parfums
Editorial: Publicaciones y Ediciones Salamandra, 2013
ISBN: 978-84-9838-504-5

lunes, 23 de junio de 2014

True detective



En esta ocasión, en lugar de la reseña de un libro, traigo la de una miniserie que muchos de vosotros conoceréis (si no es así, qué estáis haciendo???!!!). 

Los motivos de esta elección y cambio de género es que, con cierta frecuencia, la línea divisoria entre el cine y la literatura es fina y difusa (y no hablo de versiones cinematográficas de novelas o relatos), y este caso sin duda es un ejemplo perfecto de ello, por no decir que cada uno de los ocho capítulos de True detective es intenso, lleno de recursos literarios, tanto en los diálogos como en las imágenes, sobre todo en las expresiones, en los silencios, en los movimientos de los personajes y, muy especialmente, en la falta de ellos, asemejándose así a magníficas escenas pictóricas.

Se trata de una miniserie que por su complejidad (ya la he visionado dos veces y voy a por la tercera, y sigo descubriendo nuevos pormenores), la profundidad de cada uno de los detalles de la historia, de los personajes (todos, no sólo de los dos protagonistas), de los paisajes (que abren y cierran el ciclo), por lo descomunal de lo aparentemente más mínimo, incluso por ese final que a tantos ha dejado insatisfecho (no entiendo por qué), es simplemente perfecta.

Como podéis intuir por los paréntesis, mucho hay que contar de esta serie. Los dos protagonistas son Woody Harrelson y Matthew McConaughey, que interpretan a Martin Hart y Rustin Cohle, respectivamente. Pareja perfecta donde las haya (la palabra "perfecta" la voy a utilizar mucho aquí, me temo). Algunos dicen que McConaughey supera a Harrelson con creces, no puedo estar más en desacuerdo. En mi opinión, Woody Harrelson es la mejor réplica a la actuación de Matthew McConaughey que he visto en años. Hay que tener en cuenta que el personaje que interpreta el último ganador del Oscar al mejor actor es complejo, incapaz de diferenciar entre el hombre y el detective, atormentado por un suceso dramático, metido como infiltrado en bandas y cárteles de la droga durante mucho más tiempo del recomendado como castigo, dotado de una gran inteligencia y perspicacia y con una filosofía en completo conflicto con las creencias y costumbres del sur de EEUU. Todo eso hace de Rustin Cohle (Rust) un personaje sumamente atractivo e interesante. A su lado, Martin Hart parece un hombre y un detective planos: un hombre creyente más o menos a ratos, casado y con dos hijas, que da mucha importancia a su familia pero que no puede dejar de tener una amante porque es importante, según él, para mantener el equilibrio entre el trabajo y la familia; un detective que tiene don de gente en su trabajo pero que no brilla en él. Justamente esta diferencia aparentemente tan abismal es lo que mantiene un equilibrio alucinante, infinitamente atractivo, brillante diría, en resumen, perfecto. 



La interpretación de ambos actores es simplemente soberbia. El escenario acompaña a la historia de forma impecable. El resto de los actores y sus personajes, así como las historias paralelas, son el relleno cinematográfico idóneos.

A lo largo de los ocho capítulos se intuye una trama compleja en la que están involucrados más personas de las que en un principio se hubiera podido sospechar, es por eso que el final ha dejado a muchos tan insatisfechos. A mí, en cambio (quizá porque la he visto más como una obra literaria que cinematográfica), me resultó el único final posible siguiendo el hilo de los diálogos y los acontecimientos. La parte del laberinto, mientras Cohle está dentro, sí me pareció, en cambio, que se quedaba corta. Pero es la única pega que le puedo poner.

La hija de éste está presente en toda la historia, y al final del todo toma una presencia casi física, y a través de ella se introduce la luz de la esperanza y del cambio.

Como no quiero estropear a aquellos que no lo hayan visto el disfrute y el sentido de la maravilla y la sorpresa de los que True detective está completito, me voy a quedar aquí. Sólo añadir, como ya ha quedado claro, que la recomiendo al 100% y que la considero absolutamente imprescindible para todos, especialmente a los que amen el cine y/o la literatura. 

jueves, 30 de enero de 2014

Un mundo feliz



Este libro me dio hace unos veranos algunos de los mejores momentos que la lectura me ha proporcionado en los últimos años. Fue un verano maravilloso en el que en la terraza de un hotel de Almería me entregaba a sus páginas con absoluta pasión, ante una copa de vino y antes de ir a ver a mi hermana. ¡Qué delicia!

Aldous Huxley lo escribió y publicó en 1932. Se trata de una novela que describe una sociedad ficticia indeseable en sí misma en la que las personas viven en una supuesta democracia que es, en realidad, una dictadura perfecta, con un sistema de consumo y entretenimiento gracias al cual la esclavitud no es percibida como tal. Los individuos que componen esta sociedad trabajan de acuerdo a la casta a la que pertenecen y el resto del tiempo lo dedican al ocio en el que el soma, una droga sintética de la que dependen casi servilmente, les hace sentirse felices y les impide tener inquietudes de ningún tipo.

El condicionamiento genético y psicológico de estos individuos por parte del sistema se ejerce desde el mismo momento de la procreación. Los niños son concebidos en probetas y están genéticamente condicionados para pertenecer a una de las cinco castas, desde la más inteligente a la más estúpida: los Alpha, los Betas, los Gammas, los Deltas y los Epsilones. A través de la hipnopedia ("palabras sin razonamiento"... "La mayor fuerza socializadora y moralizadora de todos los tiempos") se les condiciona "hasta que al fin la mente del niño se transforma en esas sugestiones, y la suma de estas sugestiones es la mente del niño. Y no sólo la mente del niño sino también la del adulto a lo largo de toda su vida. La mente que juzga, que desea, que decide... formada por estas sugestiones. ¡Y estas sugestiones son nuestras sugestiones! ¡Sugestiones del estado!"

Los acontecimientos se empiezan a precipitar a mitad de la novela cuando uno de los protagonistas, Bernard Marx, inadaptado social y físicamente más pequeño que el Alfa promedio, viaja a la Reserva Salvaje y conoce al otro protagonista, John el Salvaje, hijo de una mujer alfa abandonada en la reserva y del jefe de Bernard Marx, por tanto hijo natural y no producto de ninguna manipulación genética.

John el Salvaje es llevado a Londres donde no conseguirá adaptarse. Hasta que en un momento dado encuentra a un grupo de Deltas esperando su ración diaria de soma y arroja las docenas de cajas de drogas por la ventana. Intenta explicarles que solamente pueden ser libres sin ella, pero sólo consigue provocar disturbios y que sea llevado ante Mustafá Mond (que aparece en varios momentos clave de la historia), interventor residente de la Europa occidental y uno de los diez interventores mundiales.

Y aquí viene lo que para mí es probablemente lo mejor de la novela: el diálogo entre John y Mustafá, sobre todo por el discurso de Mustafá, en el que esgrime sus argumentos para mantener este tipo de sociedad mientras discute sobre literatura, filosofía, la pasión, el sufrimiento, dios, etc. Él es completamente consciente de las carencias del sistema que defiende, él mismo incumple algunas normas para suplir esas carencias, pero "la civilización no tiene necesidad de nobleza ni de heroísmo"... "Se toman todas las precauciones posibles para evitar que cualquiera pueda amar demasiado a otra persona".

La novela de Huxley gana en intensidad, inteligencia, profundidad y belleza a medida que avanza hasta culminar en unas páginas prácticamente perfectas que parecen dar sentido al resto de la obra y cuyo culmen es el final tan sumamente descriptivo y lleno de sentido de uno de los protagonistas (aunque yo incluiría el de todos ellos).

El libro satiriza el desarrollo de la sociedad y da una visión pesimista y suicida del futuro inmediato o incluso del presente histórico del autor. Pero además cuenta la lucha entre la verdad y la ficción en la que vive la mayoría, como en el mito de la caverna de Platón (con el que hay un claro paralelismo), en la que la gente es feliz en su esclavitud, sin libertad en la prisión de su propia ignorancia. Ya lo dice Mustafá Mond: "La felicidad es un patrón muy duro, especialmente la felicidad de los demás. Un patrón mucho más severo... que la verdad" "Me interesa la verdad. Amo la ciencia. Pero la verdad es una amenaza, y la ciencia un peligro público" "Cualquier cosa con tal de tener paz. Y desde entonces no ha cesado el control. La verdad ha sido perjudicada, desde luego, pero no la felicidad" "A mí me interesaba demasiado la verdad; y tuve que pagar también" "Así es como pagué yo: eligiendo servir a la felicidad. La de los demás, no la mía".

Imprescindible.


lunes, 16 de diciembre de 2013

Melmoth el errabundo



Traigo a mi blog la reseña de un libro que me impresionó en gran manera cuando era adolescente. Rosa Martínez, a la que agradeceré siempre la influencia que su inteligencia, cultura y tolerancia ejerció en mí, fue la que me recomendó su lectura cuando apenas tenía quince o dieciséis años y, aunque me costó trabajo leerlo al principio, con el paso de las páginas me embaucó y me fascinó hasta la maravilla.

Charles Maturin, su autor, nació en Dublín (Irlanda) en 1782. Fue predicador protestante y es a él a quien corresponde la cumbre de la novela gótica, Melmoth el errabundo, cuando ésta estaba en plena decadencia. Con esta obra además se cierra el género hasta la llegada de Poe, quien fue admirador confeso suyo, y Lovecraft, quien lo describiría como "deidad y referencia de toda ficción diabólica". Apadrinado por Walter Scott y Lord Byron, Maturin sólo consigue el éxito con el drama, Bertram, hasta que en 1820 publica la obra maestra que me trae hoy aquí.

Melmoth el errabundo nos narra la historia de John Melmoth a lo largo de casi dos siglos de inmortalidad tras sellar un pacto con el diablo a cambio de su alma. Mezcla de Fausto y Mefistófeles, Melmoth, cansado de la eternidad (e incluso de la malevolencia que el vacío de los restos de su alma y los siglos de existencia arrastran) busca desesperadamente a alguien al que trasladar su sino fatal, el único resquicio del contrato firmado con el diablo por el que puede ser liberado. Su larga errancia le lleva a lugares tan siniestros como cárceles, manicomios, los tribunales de la Inquisición o incluso una isla desierta en la que no hay absolutamente nada salvo una mujer que ha arribado allí tras un naufragio.

La novela empieza con un descendiente, con el mismo nombre del protagonista, que regresa a la casa familiar por la muerte de su tío. Justo cuando éste está en los últimos estertores, el joven ve entrar la figura del hombre que su tío moribundo le había dicho que tarde o temprano vería aunque el retrato que de él está escondido data de casi dos siglos antes. Así empieza la historia, estructurada dentro de otras y cuyo vínculo común es Melmoth. Son varios relatos encerrados en otro que hace de marco de los demás, una novela dentro de varias novelas que son absolutos dramas donde el terror es el hilo conductor y engendro del poder que la religión, las supersticiones, la Inquisición, la soledad o el dolor ejercen y dominan al personaje de cada una de las historias. De hecho, cuando llega Melmoth para intentar pasar su trato a otro, lo hace al olor de la corrupción y la desesperación que ya existe en dichos personajes. Su fracaso se convierte, poco a poco, en algo penoso que inspira compasión. 

El descubrimiento de un manuscrito tras las primeras páginas del libro es sólo una especia de prólogo, la historia en realidad empieza con la del español, Alonso Moncada, que llega a la casa de los Melmoth tras un naufragio en mitad de una tormenta (no será el único naufragio ni tormenta de la novela) y salvar en el mar encrespado al más joven y último miembro de la familia. Todas las historias a partir de aquí versarán sobre la incapacidad del ser humano de renunciar a la esperanza de su salvación incluso en mitad del abandono más absoluto, "por mucho que el enemigo del hombre la recorra con este ofrecimiento".

Detrás de las historias de Melmoth el errabundo se encuentra el Génesis y la expulsión del paraíso, los arquetipos de Caín y Abel o Esaú y Jacob. De esta forma se relatan sentimientos encontrados como el amor y el odio, la lealtad y la traición, la rivalidad y la amistad en las relaciones entre los personajes de la novela. 

Melmoth ha hecho un pacto diabólico y, como Adán, ahora está condenado a errar. "Si he alargado la mano, y he comido el fruto del árbol prohibido, ¿no he sido retirado de la presencia de Dios, y de la región del paraíso, y enviado a vagar por los mundos de sequedad y maldición por los siglos de los siglos?" Y de su inmenso agotamiento deriva su incansable búsqueda para librarse de su destino, y es esa agonía justamente lo que le facilita encontrar a personas en parecidos estados de degeneración y desesperación. Como el propio protagonista afirma: "...esa voz única que había respirado el aire más allá del periodo de vida mortal, y que no había hablado jamás sino a oídos culpables o dolientes ni comunicado otra cosa que desesperación..."

La prosa es barroca y de una enorme profundidad de sutilezas, ironías y sentido, puede que incluso más de lo que el propio autor tuviera intención de imprimir en su narrativa. Al igual que en algunas partes y para algunas personas su lectura puede resultar algo pesada, en otras es sencillamente hipnotizante y seductora. Es un libro oscuro, tormentoso, lleno de tinieblas y a la vez de una luz deslumbrante que embauca profundamente. Es una obra que no se olvida nunca y que fascina para siempre. Ahí está la verdadera inmortalidad de Melmoth.

"He sido en la tierra un terror, pero no un mal para sus habitantes. Nadie puede participar en mi destino, sino mediante su consentimiento..., y nadie ha consentido."


miércoles, 13 de noviembre de 2013

Babbit



Nueve meses después traigo por fin la reseña de un libro. Ya era hora, la verdad, así que mis disculpas por tan larga espera. Y para este "regreso" he escogido a Sinclair Lewis, escritor estadounidense nacido en 1885 y que fue el primer autor estadounidense en ganar el Premio Nobel de Literatura en 1930. 

Sus novelas son una sátira de la burguesía que todavía tienen una vigencia sorprendente. Babbit es un buen ejemplo de ello. Considerada su mejor novela, retrata la clase media norteamericana a través del personaje de George F. Babbit, hombre de mediana edad que "no hacía nada en particular, ni mantequilla ni zapatos ni poemas, pero era ducho en el oficio de vender casas por más de lo que la gente podía pagar". 

La acción se desarrolla principalmente en la ciudad (imaginaria) de Zenith, situada en el Medio Oeste y que constituye en sí misma un personaje más de la novela. En ella todos fingen prosperidad y felicidad familiar, armonía y respeto por las leyes, que son consideradas extremadamente necesarias especialmente para los demás. Y así actúa Babbit, casado en realidad con una mujer a la que nunca quiso y con la que prácticamente se ve empujado a casarse por unas circunstancias que parecen estar fuera de su control y con dos hijos que lo ignoran, que no lo escuchan y que en muchas ocasiones apenas lo respetan.

El personaje va avanzando a lo largo de la novela al ritmo de una desesperanza interna bastante pasiva por otra parte, a veces sutil y otras patente. Babbit sólo encuentra el eco de sus sueños y ambiciones de juventud en Paul Riesling, su mejor amigo desde la adolescencia y la única persona con la que se siente auténticamente él mismo. Pero todo se rompe, el equilibrio entre lo que debe ser y lo que realmente es, cuando Paul dispara a su mujer, aunque sin matarla, y termina en la cárcel. 

Riesling, como digo, quiebra así el equilibrio, los convencionalismos y la falsa apariencia, cometiendo un acto horrible con el que delata su propia desesperación. Babbit en ese momento romperá sus propias normas en un intento de rebeldía un tanto infantil. Empieza a beber casi cada noche ingentes cantidades de alcohol (recordemos que la acción se sitúa en la época de la Prohibición), coquetea con otras mujeres hasta que se busca una amante y comienza a salir con los amigos de ésta, a los que ni siquiera soporta y que sólo el alcohol consigue hacerle ver con buenos ojos. Además, defiende y respalda en público los sindicatos, lo que va en contra de todas las normas establecidas de la buena sociedad. Finalmente, ante la animadversión e incluso las represalias que empieza a sufrir por parte de sus conciudadanos más supuestamente ejemplares, Babbit claudica y vuelve a comportarse como el buen y honrado ciudadano que se espera de él como miembro de derecho del grupo de los "Buenos Tipos", recuperando así "plenamente el respeto por sí mismo, la calma y el respeto de sus amigos". 

Lo único que queda como destello de esperanza en el futuro es su hijo al que, finalmente, le deja perseguir sus sueños: "...yo casi nunca he hecho una sola cosa en toda mi vida que quisiera en realidad hacer. No sé si he logrado algo más que ir tirando. Creo que he conseguido una mínima parte de lo que me parecía posible. Y, en fin, tal vez tú llegues más lejos. No lo sé. Pero siento una especie de hormigueo de placer al pensar que sabías lo que querías y lo has hecho. Mira, esa gente de ahí fuera intentará acoquinarte y hundirte. ¡Mándalos al infierno! Yo te respaldo. Acepta el trabajo de la fábrica si lo deseas. No te preocupes por la familia. No, ni por todo Zenith... No hagas como he hecho yo. ¡Sigue adelante, muchacho! ¡El mundo es tuyo!"

Se trata de una obra inteligente, llena de ironías, lugares ocultos y dobles sentidos bajo su aparente sencillez, de una gran profundidad y vigencia que hace que todavía pueda resultar transgresora por la acentuación de la inmoralidad que se haya de forma implícita en ese universo aparentemente perfecto, respetable y honesto. ¡Cuántas muestras de lo mismo encontramos hoy!


Autor: Sinclair Lewis
Título original: Babbit
Editorial: Nórdica Libros, S.L. 2009
ISBN: 978-84-92683-11-6

viernes, 8 de febrero de 2013

Némesis



Por fin vengo con un libro después de tanto tiempo, y en este caso se trata de un autor que he descubierto un poco tarde (porque el buen señor ya tiene 79 años, así que decir que lo he descubierto ahora es mucho decir).

Se trata de Philip Roth, escritor estadounidense de origen judío que deja una impronta muy personal en sus escritos, tanto en lo que se refiere a sus tradiciones culturales como experiencias vitales. Autor nacido en 1933, se dice de él que explora la naturaleza del deseo sexual y la autocomprensión, aunque, desde mi humilde opinión, eso es sólo arañar la superficie.

Al menos en la obra que nos ocupa, Némesis, Roth va mucho más allá: en el fondo lo que nos cuenta es una obsesión por la autodisciplina y la autoexigencia, que no deja de ser obsesión por el autocontrol, ese que lleva a la autodestrucción (que no pase desapercibido el uso del prefijo auto): esa obsesión de la persona que ha sido educada para ser perfecta según los cánones de sus preceptores y que no puede dejar de intentar serlo bajo cualquier circunstancia. Esa exigencia personal tan estricta lleva al personaje a condenarse por algo que considera un error vital e imperdonable y por el que renuncia a su propia felicidad y desarrollo personal, en definitiva, a su propia vida.

La obra se centra en la epidemia de polio que asoló Newark (Nueva Jersey) en el verano de 1944 durante la segunda guerra mundial, a cuyas filas intentó apuntarse Cantor, el protagonista, pero para la que es rechazado por su mala visión, a pesar de tener una excelente condición física.

El personaje principal, recién llegado como profesor responsable de las actividades deportivas al aire libre de los alumnos de una escuela de verano, empieza a ver cómo esos alumnos suyos, que conoce bien y a los que tiene aprecio y considera el futuro de su comunidad, empiezan a ser las víctimas de los primeros casos graves, incluso mortales, de la polio en su barrio, que hasta entonces consideraba a salvo, lo que lo lleva a plantearse incluso la existencia de su dios, al que no consigue perdonar.

La impotencia ante las circunstancias es algo que Bucky Cantor no consigue llevar adelante, a pesar de su sentido del deber y su conciencia. Por ello, decide ir al campamento en las afueras de la ciudad donde su novia Marcia está trabajando como monitora. Desgraciadamente y desde el principio, se trata de un acto que el mismo Bucky no deja de considerar una cobardía.

Y a partir de aquí viene el desastre personal de Cantor. En gran parte llevado por él mismo hasta las última consecuencias: la renuncia a la vida que tanto anhelaba.

La prosa de Philip Roth recuerda (salvando las distancias) en cierta medida a la de John Steinbeck. Se trata de una prosa suave, sin pretensiones, ajustada a la historia y a los personajes. Es una prosa sencilla, nada recargada, como el propio protagonista, que te arrastra. Y como Steinbeck, parece superficial cuando es justo lo contrario; en realidad cuenta mucho más de los personajes de lo que parece a simple vista-lectura.

La segunda guerra mundial está en el fondo de toda la obra (al principio, de hecho, es rechazado cuando intenta alistarse y se convierte en tema recurrente en la primera mitad de la novela). La epidemia no deja de ser una guerra que, y es lo más horrible, se ceba en los niños. Es el horror que llega a una comunidad que se encuentra alejada de los frentes europeos, pero que no deja de acercarse en forma de enfermedad mortal para la que no hay cura (la vacuna no se descubre hasta finales de los '50 y no se autoriza su uso hasta 1962), lo que hace sentirse impotente al que la vive como testigo.

Y entre todo este horror está Marcia, la novia de Bucky Cantor. Es su esperanza de conseguir una vida mejor a la que nunca en realidad se atrevió a aspirar porque nunca se consideró digno de ella. Y aquí está el determinante de toda la historia, la relación del personaje consigo mismo, que conduce al castigo que él mismo se inflige con todas las consecuencias.

Némesis es un libro que puede parecer en apariencia una lectura superficial, un libro aparentemente sin mucha enjundia, pero que, sin duda alguna, no sólo está bellamente escrito, sino que lleva al lector versado e inteligente a una profundización de las debilidades autodestructivas que posiblemente se podría aplicar a muchos de nosotros.

Más que digno de tener en nuestra biblioteca.


Autor: Philip Roth
Título original: Nemesis
Editorial: Random House Mondadori, S.A. 2011
ISBN: 978-84-397-2333-2

miércoles, 9 de enero de 2013

Rojo y negro




Estreno año con un autor francés del siglo XIX, Stendhal (seudónimo de Henry Beyle), escritor conocido sobre todo por una literatura marcada por una gran sensibilidad romántica y sentido crítico, así como por su ambientación histórica y capacidad de adentrarse en la psicología de sus personajes hasta convertirla en eje y núcleo de sus novelas.
Así ocurre en Rojo y negro, probablemente una de sus novelas más conocidas y alabadas. Ambientada en la Restauración, después de la expulsión de Napoleón Bonaparte en 1814, con una sociedad marcada por una aguda reacción conservadora y el restablecimiento de la Iglesia Católica como poder político en Francia, la historia gira alrededor del Julien Sorel, hijo de un carpintero de un pueblo ficticio que Stendhal llama Verrières y sitúa cerca de Besançon (al este de Francia), que concentra todos sus esfuerzos en ascender de condición social a pesar de su enorme resentimiento hacia la misma clase social a la que aspira pertenecer.
Julien Sorel no es sólo el protagonista del libro: sus acciones, sus titubeos, sus pensamientos, sus dilemas morales y sentimentales, en definitiva, su esencia como persona, su propio y auténtico ser, se convierte en la historia misma, el resto son circunstancias que hasta cierto momento de la novela le rodean y se presentan en su vida, y que él, de forma más o menos astuta, aprovecha en su propio beneficio, hasta que todas las piezas del castillo se derrumban sobre él como consecuencia de sus propios actos.
Hay momentos en la novela en los que, como lectora, sentí lo mismo que leyendo Madame Bovary: una particular manía hacia el protagonista (en el caso de la obra de Flaubert, curiosamente, también sentida por el mismo autor, con el que, por otra parte, Stendhal comparte alguna que otra característica literaria, especialmente en el caso de Madame Bovary). La ambición sin límites de Sorel, su pasión mal enfocada por Bonaparte, su sentido del heroísmo que personifica en el que fue emperador, la utilización que hace de Madame de Rênal, su ceguera ante sus propios defectos que, en la mayor parte de la novela, considera virtudes y muchos otros etcéteras le hacen un personaje irritante e incluso vacío, hueco, de ahí que vaya sorprendiendo, de forma sumamente favorable, la evolución de la historia a lo largo de la cual se va descubriendo la verdadera y gran profundidad del personaje, lo que lo hace a él y a todas sus circunstancias completamente reales para el lector.
La diferencia entre las clases sociales y los entresijos tanto de la alta burguesía como de la aristocracia, teniendo en cuenta además la ambientación histórica y la herencia de la revolución francesa de 1789, es palpable, y es lo que mueve, cada vez con más ahínco y determinación, a Julien Sorel a perseguir sus objetivos de ser uno de ellos a pesar del odio y el desprecio que le inpiran.
Las dos historias de amor que el protagonista mantiene con, primero, Madame de Rênal y, luego, Mademoiselle de La Mole son determinantes para el transcurso de sus actitudes, pensamientos y acciones. Y son las que llevan al descubrimiento del auténtico Julien Sorel y a su final, probablemente lo mejor, desde mi punto de vista, de toda la novela.
Rojo y negro es un libro apasionante que va in crescendo en calidad, en profundidad y en desarrollo no sólo del personaje principal sino de toda la historia, cuyos detalles van adquiriendo cada vez más valor e importancia a medida que se va acercando el final.


Autor: Stendhal
Título original: Le Rouge et le Noir
Editorial: Alianza Editorial 2009
ISBN: 978-84-206-6723-2

martes, 4 de diciembre de 2012

Al Este del Edén



Hoy vengo con uno de mis autores favoritos y uno de sus mejores libros (que no es tarea fácil). Un autor que me enamoró desde que leí otra de sus joyas literarias, Las uvas de la ira, y que me sigue fascinando como el primer día. Con él (junto con unos pocos más, afortunadamente) descubrí lo que es la Belleza en la literatura.
Para bien o para mal, o para ninguna de las dos cosas, este libro es más conocido por la película que inspiró (protagonizada por James Dean y dirigida por Elia Kazan) casi que por él mismo. No obstante, la obra merece por sí sola toda la alabanza y la atención que se pueda prestar.
John Steinbeck la escribió en 1952 cuando ya era mundialmente conocido como uno de los mejores escritores norteamericanos del siglo XX (diez años después le darían el premio Nobel de Literatura) y se considera una de las mejores obras del autor, que, por su parte, lo tenía como su libro favorito, el más completo.
Steinbeck imprime a la historia la suya propia. No sólo aparece como uno de los personajes menores, sino también sus padres y hermanos, al fin y al cabo los Hamilton no dejan de ser su propia familia materna, formando, de esta manera, parte de la historia y de los acontecimientos que van sucediendo a la familia Trask.
Aunque la obra cuenta la historia de las dos familias a lo largo de tres generaciones, en realidad su eje principal es la familia Trask, mientras que la otra, los Hamilton, sirve de inicio y de eje vertebral alrededor del cual se van tramando las acciones, reacciones y demás acontecimientos, aportando detalles y matices indispensables en la trama.
Steinbeck nació y se crió en el valle de Salinas, California, y es allí donde se desarrolla toda la historia, desde la guerra de secesión hasta la primera guerra mundial, en una sucesión de hechos que parecen repetirse de generación en generación sin aparente interrupción alguna, como si la maldición de Caín y Abel, en una revisión alegórica del mito por parte del autor que a mí me encantó, hubiera caído en la familia Trask y la llevaran consigo en la herencia genética. Steinbeck, de esta forma, plantea el problema del libre albedrío y la predestinación, obligando al lector a la reflexión y al análisis no sólo de los hechos sino también de los caracteres de los personajes, hasta el final en el que el propio protagonista, Caleb Trask, se plantea esas mismas interrogantes, como si de alguna manera hubiera acompañado al lector o incluso viceversa.
El mismo autor durante la obra trata directamente el problema: “Tal vez todos tenemos en el fondo de nuestro ser un estanque donde el mal y las malas acciones germinan y crecen con fuerza. Sin embargo, ese pantano está cercado, y la nidada chapotea intentando encaramarse, pero siempre vuelve a caer. ¿No podría ocurrir que en las oscuras charcas del espíritu de algunos hombres lo malo se haga lo suficientemente fuerte para serpentear por encima de la valla y deslizarse con toda libertad? Y en este caso, ¿no sería ese hombre nuestro monstruo, y no estaríamos relacionados con él en nuestras aguas ocultas? Sería absurdo que no comprendiésemos lo mismo a los ángeles que a los demonios, ya que fuimos nosotros quienes los inventamos”.
La prosa de Steinbeck es directa y sin recovecos o retruécanos gramaticales. No por ello da simplicidad a la obra, cuya complejidad está en sus personajes, en el argumento, en los detalles, en lo que parece no contarse, sino que le aporta una belleza luminosa, resplandeciente, imperecedera, que queda plenamente patente en las descripciones que hace de los entornos de los personajes, de los pequeños detalles que en realidad dicen mucho, de los paisajes, como ocurre, por ejemplo, al principio de la obra, cuando realiza esa hermosa descripción del valle de Salinas.
Es posiblemente la novela de ficción en la que más reflexiones suyas propias incluye el autor, sobre todo a medida que avanza la historia, lo que nos revela parte del pensamiento, las preocupaciones y la personalidad de Steinbeck, haciendo más atractiva si cabe la lectura de la obra.
Como el propio Steinbeck dice (perfectamente aplicable en su caso), “a veces una especia de gloria ilumina la mente del hombre […] Es un hecho aislado que nos une al mundo. Es la fuente de toda creación, y lo que nos diferencia de los demás”.
En fin, imprescindible.


Autor: John Steinbeck
Título original: East of Eden
Editorial: Tusquets Editores 2002

ISBN: 84-8310-225-0

miércoles, 28 de noviembre de 2012

El esclavo



Isaac Baseshevis Singer ganó el premio Nobel de Literatura en 1978. Ciudadano polaco y escritor judío, empezó a escribir como periodista tras huir a EE.UU en 1935 ante la creciente amenaza nazi. Como se puede deducir del libro cuya reseña presento hoy, Isaac B. Singer fue un escritor (murió en 1991) muy interesado en la religión judía y toda la cultura que ella implica, de hecho, es una de las partes más interesantes de esta novela. Aunque no la única ni la más, sin duda.

En El esclavo, Singer nos cuenta la historia de Jacob, un superviviente de la matanza de judíos que los cosacos realizaron en Ucrania (en la que perdió a su mujer e hijos) y que venden como esclavo a una familia de una aldea polaca. Muy en contra de su voluntad y esfuerzos, se enamora implacablemente de Wanda, la hija de su dueño, que a su vez siente una pasión incontenible e inconsumible por Jacob. Tras una serie de acontecimientos del azar, Jacob es liberado, pero no puede olvidar a Wanda y regresa, poniendo en peligro su vida, para traerse con él a su amada. Lo consigue, pero deben mantener en secreto el hecho de que ella es gentil y no judía, motivo por el cual ella pasa a llamarse Sara y se hace pasar por muda. Hasta que se queda embarazada.

La historia no es sólo una historia de amor, es mucho más (y eso que la historia de amor ya de por sí sola emociona y llena la novela). Es una historia contra la intolerancia, contra el absolutismo en cualquier forma, contra la rigidez absoluta, muy descriptiva con los postulados del judaísmo (algunos de los cuales incluso son seriamente cuestionados), con el pensamiento del verdadero judío y sus esfuerzos por cumplir unas leyes en las que cree firmemente pero contra algunas de las cuales todo su ser se rebela.

No hay que olvidar el contexto histórico, no sólo el de la novela sino también el del novelista. Singer escribe la obra (en 1962) años después de haber huido de los nazis y sabiendo todo lo que pasó en Europa durante esos horribles años. Pero no sólo eso, la historia está situada en la Polonia del siglo XVII, un siglo que para la población judía de los países del Este, especialmente en la segunda mitad, representó una época de matanzas, una etapa de terror y crueldad que sólo se vería equiparado a lo que se vivió siglos después y que el propio Singer experimentó, así como, y muy especialmente, todos los judíos europeos que se quedaron. No en valde hay un par de huidas en el libro que recuerdan muy mucho a lo poco que sabemos de todas esas otras huidas intentando escapar de los nazis a través de bosques y temiendo ser perseguidos y asesinados en el intento.

Una de las cosas que más dignifica al personaje es, sin duda, la lucha que ejerce (prácticamente desde el principio, pero sobre todo en la segunda mitad de la novela) contra la intolerancia a favor del amor y que sólo al final verdaderamente triunfa, amor como verdadero precursor de la vida humana y de la fe de las personas (sea esta fe del tipo que sea).

La culpa es otra de las contantes de la historia (lo que no es de extrañar, por otra parte, si está la religión involucrada). Desde el principio aparece y sólo muy al final se diluye y se es consciente de que no hay nada de lo que sentirse culpable, menos aún si las cosas se hacen desde el corazón y con todo el amor del que uno es capaz.

Una vez más, dejo las últimas palabras a alguien mejor que yo, en este caso a Rhoda H. Abecassis (prologuista en esta edición): " En esta extraordinaria novela los amantes descubren la libertad precisamente en los momentos en que logran vencer los obstáculos que les impiden ser fieles a sí mismos y vivir plenamente su amor con la persona elegida". Y ahí está la clave de la novela: la libertad y el ser fiel a uno mismo.

Es una novelita (280 páginas, aproximadamente) que al principio parece que va a aburrir un poco y que, en cambio, va sorprendiendo cada vez más a medida que se avanza en ella, tanto por su preciosidad prosística como por la profundidad de la historia y de sus personajes.

Más que digna de tener en la librería personal de un buen lector.

Autor: Isaac B. Singer
Título original: The slave
Editorial: Ediciones B, S.A. 2010
ISBN: 978-84-9872-417-2

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Aventuras de Pickwick



Hoy vengo con uno de mis autores favoritos, del que he leído casi toda su obra y que me tiene completa y absolutamente enamorada. Bien es cierto que una de mis grandes pasiones es la literatura victoriana y, como es bien sabido, Dickens es su máximo exponente, así que tampoco es de extrañar.
En cualquier caso, hoy traigo su primera novela (1836-1837) y nada parece adivinar que fuera su primera incursión en este género, al menos en lo que a calidad literaria se refiere. Contaba entonces con apenas 24 años, y ya su maestría, la caracterización de sus personajes, la prosa e incluso algunas de las líneas argumentales que tan famoso le harían después ya están presentes en la novela. No en vano algunos críticos la consideran una de sus mejores obras.
La historia gira en torno a las andanzas y aventuras de su protagonista, Samuel Pickwick, presidente de un absurdo club, la Sociedad Corresponsal del Club Pickwick, que, acompañado de otros tres personajes y miembros de la Sociedad (Nathaniel Winkle, Augustus Snodgrass y Tracy Tupman), a los que luego se les unirá su criado Sam Weller (todos ellos personajes de lo más extravagantes y divertidos) decide viajar por Inglaterra para observar, como filósofo y filántropo que se considera, los diferentes tipos de personas y de comportamientos habituales que existen en la sociedad británica. Durante estos viajes, las situaciones disparatadas, absurdas y cómicas hasta la más profunda carcajada se sucederán hasta el final. De esta forma, Dickens aprovecha para pintar un fresco caricaturesco y una vivaz recreación de su tiempo, con la mirada crítica y mordaz tan característica del mejor Dickens.
Muchos que lean las Aventuras de Pickwick (también conocida como Los papeles póstumos del Club Pickwick), reconocerán en el personaje principal y en su criado muchas características o guiños de don Quijote y Sancho Panza, y no andarán desencaminados. Dickens, efectivamente, había leído Don Quijote de la Mancha y había quedado prendado de la obra (de hecho, la influencia de la novela cervantina fue mucho mayor en Inglaterra que en España) y, conscientemente o no, sella una impronta quijotesca tanto en los personajes de Pickwick y Weller como en la relación entre ellos, así como en muchas de las aventuras que corren juntos.
Como en Don Quijote, en las Aventuras de Pickwick hay historias contadas por personajes que van conociendo a lo largo de sus viajes (es decir, que hay historias dentro de la historia) y los capítulos tienen títulos que adivinan lo que va a ocurrir en ellos.
Asimismo, la evolución de los personajes, tangible y apasionante, va sucediendo a medida que las diferentes aventuras (y desventuras) les van pasando, lo que da una movilidad a la acción y una credibilidad a los personajes propia de los grandes maestros.
El resto lo dejo en la voz de Benito Pérez Galdós (traductor de esta edición y contemporáneo de Dickens): “El más popular de los novelistas ingleses, el que con más belleza y exactitud ha pintado los hermosos cuadros de la vida inglesa, dando vida por el estilo y la narración a innumerables caracteres, es Carlos Dickens”. Las Aventuras de Pickwick “es una obra que respira juventud y vehemencia, no impericia ni falta de mundo. En ella aparece el gran escritor formado ya y dueño de su genio, dominador de su imaginación y de su estilo; al mismo tiempo, ¡qué riqueza de descripción, qué exuberancia de movimiento, de color!”
La obra es, como suelo resumir yo en una sola palabra cuando necesito demasiadas, un verdadero “caramelito”. Imprescindible.

Autor: Charles Dickens
Título original: The Posthumous Papers of the Pickwick Club
Editorial: Castalia Ediciones 2011
ISBN: 978-84-9740-434-1

jueves, 15 de noviembre de 2012

La última noche en Twisted River





Conocí a John Irving como autor con la que es, sin duda, su mejor novela: El mundo según Garp. Desde entonces he leído casi todos sus libros intentando encontrar entre sus obras una con la misma calidad insuperable de la primera (que en realidad es su cuarta y data de 1978), pero, como acabo de decir, El mundo según Garp sigue siendo eso: insuperable.
En cualquier caso, de todas las novelas que he leído de John Irving (y son muchas y muy conocidas, de hecho se han hecho versiones cinematográficas de algunas de ellas, posiblemente de las más conocidas sea Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra), La última noche en Twisted River es la que más se acerca a esa perfección que consiguió con la otra (aunque sin conseguirlo, todo hay que decirlo). De hecho son innumerables los paralelismos que existen entre ambas.
La historia arranca con la muerte de Angel Pope por un accidente laboral y esta muerte, que en un principio parece ser casi anecdótica, marcará el transcurso de la novela y todas las pérdidas que se suceden a lo largo de la historia. Los protagonistas, Dominic y Danny Baciagalupo, padre e hijo, respectivamente, se ven forzados a huir de Twisted River (donde viven y trabajan) tras la muerte también accidental de Jane la Piel Roja a manos de Danny, que entonces cuenta con doce años. La huida se prolongará 47 años, durante los cuales se irán mudando de sitio, conociendo nuevos lugares y nuevos personajes que enriquecerán no sólo sus vidas, sino también el argumento de la obra y, por tanto, la lectura para el lector. Pero sus vidas están marcadas por los accidentes desde el principio, incluso antes del de Angel Pope, y éstos seguirán ocurriendo hasta el final. Sólo la llegada (o reencuentro) de Amy, la Señora del Cielo, dará a la historia y a Danny la paz y la esperanza que un nuevo comienzo trae consigo.
John Irving hace revivir con esta novela algunos de los mejores episodios de El mundo según Garp, con la que es inevitable hacer paralelismos: ambos protagonistas se hacen escritores, su historia se relata desde incluso antes de sus nacimientos, el accidente que marca el cambio radical de rumbo en la vida de ambos se da durante un acto sexual, entre otras similitudes.
Una de las mejores características de la prosa de Irving es, sin duda, su capacidad descriptiva a través de aparentes anécdotas con las que se va conociendo a los personajes poco a poco e hilando las historias. Los detalles son parte importante en este proceso, y no pueden ni deben pasar desapercibidos porque en muchas ocasiones son clave para entender el contexto y la psicología de los protagonistas, así como predecir acontecimientos futuros.
En esta obra hay mucho de literatura dentro de la literatura, es decir, aprovechando el hecho de que Danny de mayor se hace escritor, el autor se adentra (aunque no profundamente) en el proceso creativo, así como en el mundo de la crítica literaria y del reconocimiento. Al final se trata de una novela dentro de una novela, cuando Danny comprende que tiene que empezar contando toda la historia desde el principio.
En definitiva, la lectura de La última noche en Twisted River es más que recomendable. Es un libro con el que se disfruta desde la primera página hasta la última, es rico en detalles y sutilezas, de anécdotas y giros, incluso de historia (no olvidemos que al fin y al cabo se trata de un viaje-huida que dura casi cinco décadas); todo ello hace de esta obra un libro más que digno de formar parte del bagaje literario de cualquier buen lector.

Autor: John Irving
Título original: Last Night in Twisted River
Editorial: Tusquets Editores S.A. 2010
ISBN: 978-84-8383-238-7

lunes, 5 de noviembre de 2012

Almas grises





Con la quinta novela de Phileppe Claudel (para mi gusto la mejor de las tres suyas que he leído, que son las que están editadas en español), este autor francés nacido en 1962 nos sorprende con una historia ambientada en una pequeña población francesa cerca de la línea de frente de la Primera Guerra Mundial.
En el pueblo se comete el asesinato de una niña de unos 10 años y el protagonista, que no es otro que el policía del municipio, empieza a hacer una búsqueda de pistas, posibles culpables, testigos e implicados. El fiscal, Destinat, se convierte en un posible sospechoso, pero la detención de dos desertores y la confesión de ambos (tras tortura en el caso de uno de ellos) parece cerrar la investigación. No será así para el protagonista, que obsesionado por los hechos y con la mala conciencia de lo acontecido no deja de indagar hasta llegar a un sorprendente final que, en el fondo, ya importa poco. Y todo esto mientras su propia vida personal se derrumba a la par que los acontecimientos se van sucediendo y la guerra se hace eco a través del ruido de los cañones.
Desde la aparición del cadáver de Belle de Jour ya se establecen dos de las constantes de la novela: el vacío y el frío, que continuarán a lo largo de la narración e hilarán la misma, sobre todo el frío, presente en cada instante, muy especialmente en los momentos clave. La tercera constante será el color gris que da título a la novela: “Las cosas no son ni blancas ni negras, lo que reina es el gris. Los hombres, sus almas…, pasa lo mismo. Tú eres un alma gris, rematadamente gris, como todos nosotros”.
A lo largo de la novela se suceden las pérdidas. Pero es la muerte de tres mujeres las que determinan el comportamiento de la mayoría de los personajes: la niña Belle de Jour, Clémence (la esposa del policía) y Lysia Verhareine, la profesora recién llegada al pueblo. Así, además, la guerra no deja de estar presente, aparentemente es sólo un eco, pero sobrevuela cada palabra y cada movimiento, prueba de ello es que, aunque la ofensiva bélica no es causa directa de dichas pérdidas, sí son consecuencia de ella.
Claudel utiliza la primera persona en la narración con un acierto indiscutible. El uso de la misma embellece la prosa de tal forma que ésta se llena de sutilezas, de ternura, de sinceridad descarnada e incluso de remordimientos, capas que se sobreponen a una profunda tristeza que no deja de ser otra cosa que rendición. La prosa es el personaje mismo y el personaje es la prosa a través de la que se expresa, de modo que pasan a ser inseparables e indistinguibles, uno solo. Ahí estriba gran parte de la belleza de esta obra.
El uso del tiempo presente en algunos momentos fija el instante, la intención o la sospecha de la misma, da fuerza y consistencia, como una tercera dimensión, a los acontecimientos y a los personajes, lo que los convierten en puntos fijos en el tiempo y en la memoria, eternos en el presente del narrador que no consigue librarse de ellos pero sí  llenarlo de dudas.
Es al final de la obra cuando se descubre algunos de los secretos del fiscal Destinat, haciéndose imposible dejar de hacer paralelismos con el narrador, protagonista sin nombre pero con todo el peso de la novela sobre él.
Almas grises es una de esas pequeñas obras en apariencia (sólo 222 páginas) pero grandes en su contenido, que se leen de un tirón y dejan un regusto no sólo de haber descubierto una gran obra de la literatura francesa actual, sino de haber atravesado un alma completa, dejándote sin respiración al hacerlo. Indispensable.


Autor: Philippe Claudel
Título original: Les âmes grises
Editorial: Ediciones Salamandra 2005
ISBN: 84-96333-91-4

viernes, 2 de noviembre de 2012

El fantasma de la Ópera




De un autor en activo paso a uno de esos clásicos que todo el mundo conoce por sus numerosas versiones cinematográficas pero que poca gente ha leído en realidad. Se trata de un librito que escribió Gaston Leroux en 1910 (ha llovido desde entonces, pero ya dije que a mí lo que me gusta de verdad son los clásicos), y desde entonces se han llevado a los escenarios y al celuloide versiones de todo tipo, desde la última de 2004 con Gerard Butler y Emmy Rossum como protagonistas pasando por aquella de 1974 bajo el título de El fantasma del paraíso y dirigida por Brian de Palma, con todo aquel glam rock e histrionismo pero de una belleza que a mi parecer lo convierte en un clásico imprescindible y terminando por la primera versión cinematográfica que data nada más y nada menos que de 1916.
Supongo que todos conocen el argumento: en la Ópera de París se rumorea que hay un fantasma, algunos incluso afirman haberlo visto, pero todos lo temen. Christine Daaé es una de las artistas de la Ópera y en ella se reencuentra con Raoul, vizconde de Chagny. Se enamoran y se prometen en matrimonio, mas no deben contárselo a nadie, porque el fantasma de la Ópera también está enamorado de Christine y, de hecho, mantiene una estrecha relación secreta y aparentemente profesional con ella. Cuando Erik, el fantasma, descubre los verdaderos sentimientos de Christine y Raoul, se desata la tragedia. Christine desparece de mitad del escenario en el que está actuando y el vizconde emprende su búsqueda junto con el Persa (personaje repleto de incógnitas que se van desvelando en la segunda mitad de la novela) por los entresijos y oscuros pasadizos de la Ópera.
Hay momentos en la novela que parece no estar leyéndose prosa sino pura poesía, hasta ese punto llega la belleza literaria de la obra en algunos pasajes. La historia, los personajes, la pureza de éstos (no olvidemos la fecha en que fue escrita), el desarrollo de los acontecimientos y, como ya he dicho, la cautivadora prosa en la que está escrita hacen que el lector quede atrapado desde el principio, prendido y capturado incluso. Son de estos libros que empiezas y no puedes dejar de leerlo hasta que se acaba, y que luego lamentas habértelo terminado tan pronto.
La escena de la búsqueda de Christine es digna de una reflexión aparte. Las entradas secretas, los pasillos y los huecos ocultos se convierten en un laberinto cuyo recorrido sólo puede llevar, tarde o temprano, hasta el minotauro (que en este caso es el fantasma Erik), con todo lo que eso conlleva de descubrimiento, de confianza ciega, de temor y superación del mismo, aparte de las reminiscencias mitológicas obvias. No deja, al fin y al cabo, de ser un viaje, como el que emprende Ulises, y desde entonces cientos en la literatura (cómo no recordar ahora On the road, de Jack Kerouac).
Al fantasma de la Ópera se le conoce a lo largo de la novela por diferentes nombres, empieza siendo para Christine el ángel de la música, para Raoul es la voz de hombre, pero es sobre todas las cosas la Voz, como dice la propia Christine, “…y me veo obligada a recordar que, aunque no es ni fantasma, ni ángel, ni genio, sigue siendo la Voz, ¡porque canta!” Y cómo canta, esa es la belleza de un personaje que físicamente no puede más que repugnar. Sólo al final de la novela el fantasma de la Ópera se convierte por fin en Erik y sabemos algo de él como persona real.
Podría contar muchísimas cosas más de esta pequeña joya literaria que, como ya adivinaréis, recomiendo fervientemente. Aunque sea sólo por deber histórico, digamos, El fantasma de la Ópera, obra en la que algunos descubren detalles de novela gótica (imposible negarlo) pero que todos los que la han leído coinciden en afirmar su belleza siempre dispuesta a ser descubierta, no puede dejar de leerse por todo aquel que se considere amante o degustador de la buena literatura. Yo la calificaría de una sola manera incluso: IMPRESCINDIBLE.



Autor: Gaston Leroux
Título original: Le fantôme de l'Opéra
Editorial: Alianza Editorial 2004
ISBN: 84-206-5652-6

viernes, 26 de octubre de 2012

Cualquier otro día




Autor de obras tan conocidas (sobre todo por sus versiones cinematográficas) como Mystic River o Shutter Island, entre otras, Dennis Lehane se enfrenta en esta novela a una doble tarea: contarnos la historia de varios personajes, principalmente dos, Luther Laurence y Danny Coughlin, y enmarcarlo todo de forma coherente y respetuosa con los acontecimientos en un contexto histórico que luego se comprendió clave para la historia de todo el país.
La novela está ambientada en Boston en 1919, época clave por los movimientos sindicalistas, el terrorismo anarquista y las grandes huelgas llevadas a cabo en varios sectores importantes de la sociedad y la economía americanas que las hacen tambalear. Es también época de posguerra (acaba de terminar la primera guerra mundial) y la sociedad se vuelve violentamente contra todo lo que no es considerado auténticamente americano: cae enormemente la entrada de inmigrantes y el odio racial actúa con gran virulencia, como testimonia la masacre de East St. Louis en 1917 que se menciona en la novela.
Toda esta convulsión histórica es el marco impresionante en el que se mueven los dos personajes principales. Luther Laurence, un negro que huye a Boston tras haberse visto implicado en un crimen y cuya única salida laboral es la de trabajar como criado de los blancos, y Danny Coughlin, un policía de origen irlandés, hijo de un capitán de policía, que se ve cada vez más involucrado con los líderes sindicales y con las ideas de justicia laboral que proclaman. Juntos y por separado, se ven rodeados y a veces superados por la crispación, la violencia creciente, el descontento y el miedo, todo un ambiente que el autor presenta al lector de forma brillante, y cuyo culmen es el hecho histórico que tuvo lugar a finales de 1919 con la primera huelga de policías en toda la historia de los Estados Unidos, con consecuencias catastróficas para la ciudad de Boston.
A pesar de considerarse dentro del género de novela negra, desde mi punto de vista esta obra no termina de encajar en esa etiqueta, va más allá de ella y no cumple con algunos de los más importantes elementos que necesitaría para incluirse en dicho género (recuérdese al gran maestro Dashiel Hammett y sus obras).
El libro está bien y correctamente escrito, con una prosa limpia, directa y sin pretensiones. Es bastante entretenido de leer, con una historia que atrapa poco a poco gracias sobre todo al contexto de acontecimientos históricos que envuelven, enmarcan y dan realmente vida a la novela, convirtiéndose, por tanto, en lo mejor de ella.

Autor: Dennis Lehane
Título original: The Given Day
Editorial: RBA Libros, S.A. 2010
ISBN: 978-84-9006-108-4