sábado, 15 de agosto de 2015

Aromas



Philippe Claudel se ha convertido, poco a poco, en uno de mis autores preferidos, y eso que soy bastante crítica y escéptica con la mayoría de los escritores contemporáneos, en los que no consigo ver la grandeza de muchos de sus predecesores.

No me ocurre lo mismo con Claudel, cuya prosa y obra me fascina cada día más. Es cierto que con Almas grises, y después de leer otras dos obras suyas, creí que había escrito su mejor libro. Y posiblemente así sea. Pero por poco, lo que me ha devuelto la ilusión y la esperanza de que tarde o temprano escriba una novela aún mejor si cabe que la primera. Eso es una de las muchas cosas que me ha dado Aromas.

Relato autobiográfico que no tenía intención de serlo según el mismo Claudel, sus breves 63 capítulos, que de alguna manera nos devuelve al maravilloso y mágico género del cuento, nos adentra en el profundo mundo de los recuerdos del autor. Guiado por los olores de su infancia y adolescencia principalmente, nos pasea por diferentes momentos de su vida, fotografías casi del pasado, que lleva al propio lector a revivir momentos de su existencia como en flashes, a veces de una intensidad profundamente conmovedora.

De esta forma, Philippe Claudel presenta capítulo a capítulo, ordenados por orden alfabético y lejos del estrictamente cronológico, una autobiografía de raíces enormemente literarias, poéticas, simbólicas, de una belleza prosística inmensa que irremediablemente enlaza con la turba de emociones que provoca. 

Las palabras se convierten en vehículo perfecto para las imágenes y los colores, así como para los sentimientos, en perfecta simbiosis con los olores, o con la falta de ellos. Porque si en "Aftershave" el padre de Claudel "[...] Elimina la barba nocturna, cana o grisácea, ceniza que se había depositado sobre su rostro mientras dormía para envejecerlo y robármelo [...] Tras agitar el frasco, mi padre vierte unos chorritos de ese líquido verde en la despilfarradora palma de su mano izquierda [...] De pronto, nos envuelve un agresivo aroma a mentol y cítricos, todavía más intenso debido a la presencia del alcohol, que flota en el aire y nos irrita la nariz. Pero se evapora. Sólo queda un olor que recuerda al toronjil y el limón, a la menta del jardín, que a veces me gusta mascar, hoja esmeralda e infusión clara, a quina y a pimienta también"; en "La casa de la infancia", en cambio, "[...] La casa lleva más de dos años deshabitada. Desde la muerta de mi padre [...] El mismo frío avergonzado inunda todas las habitaciones, y por mucho que olfateo, me sueno varias veces para despejarme la nariz y cierro los ojos, no percibo ningún olor, ningún aroma. Nada. La casa ya no huele a nada. Mi padre se marchó llevándose consigo las que fueron las señas de identidad de este hogar. Murió, y con él el olor de la casa". Así, el aroma y su ausencia condensan más significado que una novela entera.

Porque el encuentro con la identidad propia a través de la magistral asociación entre los recuerdos, los sentidos y la prosa es estremecedora, impactante incluso, en cualquier caso extremadamente vital.

Al final del primer capítulo de Por la parte de Swann, primer libro de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, éste escribe "Un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso tomar, contra mi costumbre, un poco de té. Dije que no primero, pero luego, no sé por qué, cambié de opinión. Mandó a comprar uno de esos bollos pequeños y rollizos que se llaman magdalenas, y que parecen haber sido moldeados en las valvas con ranuras de una concha de Santiago. Pronto, maquinalmente, agobiado por el día triste y la perspectiva de otro igual, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había dejado reblandecer un trozo de magdalena. Pero, en el instante mismo que el trago de té y migajas de bollo llegaban a mi paladar, me estremecí, dándome cuenta de que pasaba algo extraordinario. Me había invadido un placer delicioso, aislado, sin saber por qué, que me volvía indiferente a vicisitudes de la vida, a sus desastres inofensivos, a su brevedad ilusoria, de la misma manera que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; o, más bien, esta esencia no estaba en mí sino que era yo mismo. Y no me sentía mediocre, limitado, mortal. ¿De dónde podía haberme venido esta poderosa alegría? Me daba cuenta de que estaba unida al gusto del té y del bollo, pero lo sobrepasaba infinitamente, no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Cómo apresarla? [...] Pero cuando después de la muerte de las personas, después de la destrucción de las cosas, nada subsiste de un pasado antiguo, sólo el olor y el sabor - más débiles pero más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles - perduran durante mucho tiempo aún, como almas, recordando, aguardando, esperanzados, sobre la ruina de todo lo demás, portando sin flaquear sobre su gotita casi impalpable el inmenso edificio del recuerdo".

Ya lo decía pues el gran maestro francés, dando pie así a su gran obra maestra. Y, como él, Philippe Claudel se ve arrastrado por el recuerdo que los aromas le traen como olas gigantescas de ternura, imágenes, emociones y recuerdos de las que no se puede ni quiere librar y por las que se deja arrastrar sin grandes dramas ni aspavientos. 

Claudel termina con una cita de Giacomo Casanova, de Historia de mi vida, que reza: "Sé que existí, lo sé porque sentí. Por eso sé también que, cuando ya no sienta, habré dejado de existir", conjugando en perfecta unión la existencia y el sentir con las palabras y la prosa de esta preciosísima joya que es el viaje al que nos invita unirnos el autor en Aromas.


Autor: Philippe Claudel
Título original: Parfums
Editorial: Publicaciones y Ediciones Salamandra, 2013
ISBN: 978-84-9838-504-5

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